El día empezó muy pronto.
De noche.
Gracias al checkin online de vueling pudimos dormir 10 minutos más y coger un taxi que nos dejara en el Aeropuerto a las 6:45. Hicimos una rápida visita a las pocas tiendas abiertas de dentro de la terminal, y cogimos el avión dirección a Lisboa.
Para este viaje, no planificado 10 días antes, sólo teniamos unas 15 hojas de información que habiamos sacado de internet, pero que no habíamos casi ni leído. Afortunadamente Gemma aguantó las dos horas del vuelo e hizo un pequeño recorrido de lo que se tenia que visitar mientras yo roncaba a su izquierda.
Al aterrizar (10am, 9am en Lisboa) compramos un billete de autobus (1’40€) para dirigirnos al centro de la ciudad, a la praça da Figueira.
Mucho no sabíamos sobre la ciudad o sobre el idioma, pero lo que estaba claro es que el almuerzo se hacía en la Pasteleria Suiça. No se si era por el cambio horario o por gula, pero decidimos probar 5 de sus especialidades. Lo más destacado fue… que ninguno de los postres merecia excesivamente la pena. Ni tan siquiera el café, bastante normalito.
Con el subidón de azucar nos fuimos directos al Elevador Santa Justa(2,60€), una especie de ascensor que te lleva al Barrio Alto. Por suerte nos encontramos al único Portugues amable de la ciudad, que nos comentó que por unos 4€ podemos comprar unas tarjetas para poder acceder, durante todo el día a todos los transportes de la ciudad. Así que eso hicimos, nos fuimos directos a un “estanco” de la Praça dom Pedro IV i compramos nuestros pases de metro por 48horas (7,40€)
Volvemos al elevador y subimos hasta el mirador. Era una cabina antigua y autentica que te deja directamente mirando Lisboa desde el cielo. Impresindible subir las escaleras de caracol hasta el mirador más alto.